…..No debemos pensar como los antiguos políticos, que hacen girar todo el mundo alrededor de la próxima elección. Debemos convencernos de que las elecciones constituyen un acto intermedio –importante porque todos participamos– pero sabiendo que el acto final son las obras, es el trabajo, es el sacrificio que debemos realizar todos los argentinos con la más alta dosis de abnegación para que mediante nuestro esfuerzo, pueda construirse una escalera interminable la cual ascienda el pueblo hacia el bienestar y la felicidad que anhela.”
La realidad como única verdad muestra que oficialismo y oposición no creen que las pasadas elecciones fueron el punto culminante de una película que hace muchos años comenzó a rodarse en Argentina. Las ven como una foto a la cual responden con propuestas coyunturales. Necia actitud, ya que la gravedad de los estigmas y la angustia social reclaman políticas activas y urgentes para superar la penosa y dramática realidad que hoy vivimos.
Como parte de la vieja política, insisten en que el voto de la ciudadanía ratifica el acto que otorga legalidad institucional a quienes promulgarán leyes y gobernarán, mientras, como sociedad satisfecha haber cumplido con la obligación cívica, nos queda esperar el desarrollo de los acontecimientos.
Cuando los errores de los gobiernos o de sus políticas públicas no sintonizan con lo que votamos, hacemos lo que los políticos saben que haremos: protestar, protestar y protestar.
Esto es lo que, experiencia o aprendizaje, quienes incursionan en la vieja política están seguros de que ocurrirá, ya que habrá ciudadanos que protestarán y otros aplaudirán, cosa que no es de extrañar aunque, cada día que pasa, la cantidad de protestas va aumentando y diversificándose en una comunidad que ha sido fraccionada, dividida y desestructurada para fraccionar la protesta en temas diferentes.
De esta forma, el contexto se complejiza aunque el poder de turno ve facilitado su manejo. Esto es porque para algunos gobiernos, dividir para reinar también facilita la discrecionalidad en la administración de los tiempos, como en fijar prioridades según el poder del sector que protesta. Por eso, a los gobiernos autocráticos los reclamos de un pueblo unido los incomodan porque interfieren la libre gestión.
Este escenario nos hace tomar conciencia como sociedad, al advertir cómo paulatinamente fuimos perdiendo el sentido y la importancia de la unidad del pueblo, que es lo que define la consistencia social de un país, como también cuando nos despojamos de la solidaridad y de los valores individuales aportados a la sociedad, que fundamentan un modelo de evolución social y única posibilidad de poder superar los estigmas que nos agobian. Recordemos que en épocas de dictaduras gritábamos “el pueblo unido, jamás será vencido”.
Sumada a esta realidad ciertamente incontrastable, incide perniciosamente lo que denominamos la grieta. Un producto de especulación electoralista generado coaliciones que, aunque aparenten ser antagónicas, son igualmente acérrimas defensoras del modelo de gobernanza. Ambas utilizan las mismas herramientas descriptas e incluso -internamente- los personalismos prosperan mucho más que las ideas como una muestra de la decadencia.
Frente a este tremendo contexto político, económico y social, Argentina vivió una jornada electoral que, más allá de los resultados -en desmedro del oficialismo y el mantenimiento del caudal de votos favorable a la oposición-, posiblemente produzca cambios en la composición del poder en el Congreso. Todo ello a consecuencia del desplazamiento de votos positivos, de los invalidados y en blanco, como también las personas que no fueron a votar o que lo hicieron en un porcentaje de los más bajos registrados últimamente.
Ante un futuro impredecible, ¿que deberíamos hacer como sociedad?
Si en una población integrada 45 millones de ciudadanos cada uno debe enfrentar las contingencias producidas las injustas condiciones de vida o las malas políticas públicas (como un Estado que recarga sobre aquellos la ineficiencia o sus excesivos gastos superfluos medio de aumentos impositivos, tarifas y servicios, etcétera) seguramente nadie sí solo obtendrá una respuesta.
Aun tomando en cuenta la existencia de miles de asociaciones y entidades sectoriales, profesionales, sociales, cooperativas, etcétera, vemos cómo desaprovechamos la posibilidad de producir acciones concertadas canalizando dichas preocupaciones. Porque cada sector se manifiesta su cuenta, sin que tampoco se obtengan respuestas definitivas aunque, a veces, alguno algo consigue.
Con esta realidad y lo expuesto en la primera parte del presente artículo, deducimos que aun con el accionar de estas organizaciones intermedias tampoco obtendremos respuestas y menos poder participar en la toma de decisiones estratégicas. Entonces, nos preguntamos ¿qué?
Porque es fundamental: ponernos de acuerdo como representantes genuinos de entidades argentinas en consensuar un proyecto de país y de comunidad, sabiendo que todas las organizaciones debemos comprometernos en lo que a cada una le corresponda, siendo imprescindible sumar esfuerzos y ceder posiciones en bien de la sociedad en su conjunto. En esto, los gobiernos tienen la responsabilidad de amalgamar la participación conjunta con el Estado.
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